Cada vez que
se encontraban era una fiesta. No hacía falta que los astros se alinearan para
verse. Los días y las noches los llamaban, y ellos estaban juntos, las palabras
fluían, las caricias sobraban. Cada vez que Alba se levantaba, ya tenía un
mensaje de saludo, era él, los pensamientos se entrecruzaban todo el día, el en
ella y ella en él. Día por medio pactaban un encuentro, se disfrutaban, tenían
muchos temas en común, gustos, música, lugares. Pero cada vez que terminaba el
encuentro, Alba se iba con una sensación de una espina que la acariciaba, había
algo que no entendía, no sabía porque todo terminaba en una suave y dulce
caricia, y no avanzaban. Ya hacía meses que la atracción los unía y hacían de
esos encuentros un regalo a la vida. Se hablaban, se entendían, se respetaban, se reían, pero él
no la besaba. Nadie entendía que pasaba, era tan obvio.
Alba con
tanta pureza e inocencia seguía viéndolo, los momentos juntos cada vez eran más
perfectos, ella se regocijaba en él, y el se reía en ella. Durante la noche las
estrellas brillaban cada vez que los veían, y en el día el sol los agasajaba.
Todo parecía
tan obvio, que el beso tenía que venir, el tiempo pasaba y Alba esperaba.
Las
palpitaciones se hicieron presentes y Alba preguntó. El silencio la aturdía y
ya no aguantaba más. Quedó intacta ante la respuesta, el vacío la cubrió entera,
no podía hablar pero sus ojos gritaban.
El no la
besaba porque estaba casado, la desilusión se hundió en el pecho de Alba, sus
mejillas se comenzaron a humedecer y la soledad la llamaba, como iba a hacer,
después de conocer la perfección mas imperfecta. El tiempo se dilató y los
encuentros desaparecieron, el sol de Alba nunca más calentó, y sus amaneceres
perdieron el color.
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