De su rostro solo se ve cómo sus dos ojos celestes iluminan
el camino sombrío que tiene enfrente, un camino que tiene clausurado, que no
puede transitar por sí sola dejándose guiar por sus deseos y necesidades. Un camino turbio que está truncado por el
hombre, por el ser humano en su esencia quien arrastró mandatos de aquellos a
quienes se les cantó promulgar que la mujer era cuasi un objeto. Dos orificios
con un bello color, con una luz vigorosa y penetrante que a gritos pide libertad, demanda decidir por sí
misma y así dejar de ser sometida y
manejada cual si fuera un ente, pide poder crear y transitar su propio sendero como
ser individual sin tener que ser obligada a decidir y a hacer, sin tener que
acatar y agachar la cabeza cada vez que un hombre la maltrata o la señala con
el dedo exigiéndole su cumplimiento.
Una túnica negra le
envuelve el resto de su rostro, apenas pudiendo oír y oler, pero sin dudas bloqueando
su boca sin dejarla expresarse.
La intensidad de la
luz celeste que sale de esa mujer quiere
despejar el camino para poder ser, y así poder entregarse al placer dejando
atrás lo más arduo; su propia castración, la que le impide disfrutar sin culpa,
pero sabiendo que es lo más difícil de
despojar. Y si el camino se logra desembrazar también podrá darle vía libre a su albedrio, a su deseo, y así
poder arrebatarle el control remoto de su vida a quien lo tenga.
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