miércoles, 2 de septiembre de 2015

La mujer del pasado

De su rostro solo se ve cómo sus dos ojos celestes iluminan el camino sombrío que tiene enfrente, un camino que tiene clausurado, que no puede transitar por sí sola dejándose guiar por sus deseos y necesidades.  Un camino turbio que está truncado por el hombre, por el ser humano en su esencia quien arrastró mandatos de aquellos a quienes se les cantó promulgar que la mujer era cuasi un objeto. Dos orificios con un bello color, con una luz vigorosa y penetrante que  a gritos pide libertad, demanda decidir por sí misma y así dejar de  ser sometida y manejada cual si fuera un ente, pide  poder crear y transitar su propio sendero como ser individual sin tener que ser obligada a decidir y a hacer, sin tener que acatar y agachar la cabeza cada vez que un hombre la maltrata o la señala con el dedo exigiéndole su cumplimiento.
 Una túnica negra le envuelve el resto de su rostro, apenas pudiendo oír y oler, pero sin dudas bloqueando su boca sin dejarla expresarse.
 La intensidad de la luz celeste que sale de esa mujer  quiere despejar el camino para poder ser, y así poder entregarse al placer dejando atrás lo más arduo; su propia castración, la que le impide disfrutar sin culpa, pero  sabiendo que es lo más difícil de despojar. Y si el camino se logra desembrazar también  podrá darle  vía libre a su albedrio, a su deseo,  y  así poder arrebatarle el control remoto de su vida a quien lo tenga.


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