miércoles, 2 de septiembre de 2015

Domingo

Me despierto, una confusión recorre mi cuerpo, no recuerdo bien qué pasó anoche, miro el reloj y son las 7 de la mañana, siento los vestigios del bruxismo. Tomo mi ropa del suelo y comienzo a cambiarme. Cuando estoy lista, me acerco a la puerta y salgo.
Comienzo a caminar, la ciudad se enmudeció, está totalmente sosegada, y el cielo se estancó en el color blanco. Sólo se escuchan mis pasos, y si cada tanto piso, alguna hoja seca.

Voy mirando hacia adelante, y escucho un llanto agudo a lo lejos, me voy acercando, es una mamá acunando a su bebé que no se puede dormir. Sigo camino y de atrás siento la cadena de una bici vieja quejándose, me doy vuelta y es un señor apenado con ropa de seguridad yendo a trabajar. Una ráfaga de olor a alcohol y cigarrillo llega a mi olfato, es una adolescente despeinada y con los tacos en la mano que vuelve de bailar. Sigo deambulando, y no entiendo mucho. De pronto empiezo a toser por la tierra suspendida en el aire que chocó con mi nariz; es una señora mayor que está barriendo la vereda. A lo lejos viene un auto, y es un taxi. Se me hace agua la boca al sentir el olor a pan caliente que lleva el abuelo. Voy llegando al centro y dos o tres señores con el diario debajo del brazo van en busca de un café. Freno, pienso todas las personas que crucé en el camino y entiendo todo. Doy media vuelta y retomo la caminata hacia mi casa a seguir durmiendo. Me confundí de día. 

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