Me despierto,
una confusión recorre mi cuerpo, no recuerdo bien qué pasó anoche, miro el
reloj y son las 7 de la mañana, siento los vestigios del bruxismo. Tomo mi ropa
del suelo y comienzo a cambiarme. Cuando estoy lista, me acerco a la puerta y
salgo.
Comienzo a
caminar, la ciudad se enmudeció, está totalmente sosegada, y el cielo se
estancó en el color blanco. Sólo se escuchan mis pasos, y si cada tanto piso,
alguna hoja seca.
Voy mirando
hacia adelante, y escucho un llanto agudo a lo lejos, me voy acercando, es una
mamá acunando a su bebé que no se puede dormir. Sigo camino y de atrás siento
la cadena de una bici vieja quejándose, me doy vuelta y es un señor apenado con
ropa de seguridad yendo a trabajar. Una ráfaga de olor a alcohol y cigarrillo llega
a mi olfato, es una adolescente despeinada y con los tacos en la mano que
vuelve de bailar. Sigo deambulando, y no entiendo mucho. De pronto empiezo a
toser por la tierra suspendida en el aire que chocó con mi nariz; es una señora
mayor que está barriendo la vereda. A lo lejos viene un auto, y es un taxi. Se
me hace agua la boca al sentir el olor a pan caliente que lleva el abuelo. Voy
llegando al centro y dos o tres señores con el diario debajo del brazo van en
busca de un café. Freno, pienso todas las personas que crucé en el camino y
entiendo todo. Doy media vuelta y retomo la caminata hacia mi casa a seguir
durmiendo. Me confundí de día.
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