Salgo a la
vereda. Giro mi cabeza. Observo. Hay mucha gente. Alguien
pasa en auto sin saludar. La vecina concentrada en hacer entrar a los nenes que
llegan de la escuela. El
kiosquero fuma un pucho y Norma, sentada, mira el piso hundida en sus
pensamientos.
Arriba, el cielo comienza a tener
dibujos blancos y suaves, con diversas formas amigables y maléficas.
Luego de una pincelada los dibujos se tiñen de gris y de a poco
comienza a subir el tono. Ya pierden su ternura.
Y dan qué hablar.
En el suelo las hojas de los árboles corren, hacen rondas
y bailan a un compás. El viento, que comienza suave, aumenta su velocidad.
El ritmo del silbido se torna cada vez más agudo.
Y da qué hablar.
Los árboles erguidos muestran su espléndido verde. Más
tarde se inclinan todos para el mismo lado. El perfume del aire a tilo y a
jazmines se convierte en olor a tierra mojada.
Y da que
hablar.
La temperatura empieza a bajar.
Siento
las gotas que acarician mi rostro. A mis oídos llegan bullicios y pasos fuertes.
Las ruedas de los autos resbalan por la humedad. El kiosquero reniega porque se le apagó
el pucho.
Y da qué hablar.
Norma entra a la velocidad de la luz y los nenes reciben
el grito de la madre ordenándoles que se apuren. Todos buscan rápidamente
un refugio. Es un instante y de golpe no
quedó un alma, se siente el vacío.
Y da que hablar.
Dejo que las gotas caigan, fluyan sobre mi cuerpo. Gozo de
la libertad y de la lluvia en mí. Entro. Los truenos y relámpagos se hacen
notar. Miro por la ventana y en la calle no hay nadie. Cierro los ojos y
comienzo a disfrutar de la música que teclean las gotas sobre la chapa.
Y
ya no da qué hablar…
Estampa matizada de imágenes sensoriales a la que se agrega la sugerente negación final en suspenso como aludiendo a una soledad que la narradora sabe disfrutar en compañía de los vaivenes de la naturaleza.
ResponderBorrarInteresante descripción...e interpretación..
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