Era una noche negra. Queríamos pasar desapercibidos pero la
luna grande y amarilla iluminaba todo. Estábamos los dos sentados en el banco.
La suavidad del aire cálido nos rosaba a cada instante. El silencio era tan
amplio que aturdía nuestros oídos. Y de a poco nos empezamos a soltar al compás
de la brisa. Las palabras eran ásperas, pero salían de su dulce garganta. A
pesar de eso, yo quería decirlo y no me animaba. Creo que los dos sabíamos para
que estábamos. Pero no era para lo mismo.
Mi timidez me envolvía. Entonces escribí la palabra en el
lápiz labial, y le di un beso, quedó grabada en su boca. Como sus labios
estaban desnudos, enseguida entendió que lo amaba.
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