miércoles, 18 de mayo de 2016

Viajando a través de Haroldo Conti

Los enigmáticos caminos de tierra, hace algún tiempo llamaron mi atención. 
Curiosidad por sumergirme en los interminables tramos polvorientos.
A los costados; yuyos, árboles, cañas, lejos de la prolijidad de la soja. También, quintas, campos, ranchos, silos.
Rodando comencé a recorrer, pulverizada por la tierra suelta. Esquivando pozos. 
Atravesé la intransitable ruta 7 y penetré la sombra del camino, llegando a Membrillar. 

Derecho sobre la Avenida Miguel Máximo Gil y atravesando el tiro federal, llegué a la curva de Coliqueo.
Viajando a mi infancia tomé la calle Buenos Aires al fondo y llegué a la Cañada de los Peludos. 
Di la vuelta de Fancio y algún que otro recorrido, atravesando molinos, campos con historias. Viejas historias. 
Siempre me llamó la atención el camino ancho a Bragado, de a poco me fui amigando. 

Un día tomé la avenida Colón, pasé la madreselva (“…esa infinita tristeza que se enrosca por dentro como una madreselva y en días así, justo, asoma sus floridas puntas por las orejas y la nariz y los ojos…” H. Conti) y llegué hasta el camino. 
Frené y lo observé, un camino bañado en tierra, con huellas de antaño con miles de historias atravesadas. 
Te vas a dar cuenta, porque vas a cruzar un camino ancho, me decían por ahí.
Otro día volví a animarme, ya sabía que atravesando la madreselva los mismos perros, me iban a correr ladrando mis talones que lograban la máxima velocidad. 

Hice un tramo y ya era suficiente por el día. Pero en mi cabeza seguía rodando la curiosidad por aquel camino, que fue asfaltado varias veces, pero el asfalto nunca llegó. 
Y otro día un poco más, llegue hasta un puente (no el del río Salado), un río más chico, el río de los peludos…y de ahí no avancé más.
La idea de ir a Bragado en bicicleta giró en mi cabeza bastante. 

El camino ancho a Bragado enseguida me hizo viajar hacia Haroldo Conti, escritor oriundo de Chacabuco, que vivió mucho de su infancia y relata en sus cuentos acerca de ese mismo camino.


“…cierro los ojos y veo ese largo camino polvoriento del verano que se extiende hasta el horizonte como un río seco bajo el sol. Es el camino de tierra entre Chacabuco y Bragado, ese mismo, semejante a una áspera corteza de árbol viejo con tantos y tantos surcos…” H. Conti.

Viajé con Haroldo, a través de la “Balada del álamo carolina”, y “Las 12 a Bragado”. Enseguida me surgió la curiosidad por saber si el árbol, ese árbol viejo como decía Haroldo, seguía dando sombra.
Pregunté si el árbol seguía ahí y la sorpresa fue que la respuesta fue positiva, sólo me quedaba juntar coraje y llegar, para poder tomar una foto. 

Y la otra sorpresa es que mi abuela tuvo la misma curiosidad, con la diferencia que con su destreza fue a plasmarlo en un lienzo.
Revuelta en emociones, sigo entrenando, para “las doce a Bragado”. No la carrera, solo llegar., p
asar por el álamo carolina y poder tomar una foto.


Curiosa por Haroldo, me encuentro en un reportaje con dichos como;


“La vida es una especie de borrador, que uno nunca termina de pasarlo en limpio”


“He preferido un viaje, o mandarme a mudar o una aventura, al dinero o a tantos otros beneficios”


“Uno es historia, ¿Qué hay para adelante? Caminos…


Y llegó el día, la bicicleta está cargada y lista para partir a Bragado. 
Doy el primer pedaleo y la cabeza va más rápido, mi cuerpo lleno de emociones. 
Tomo las pocas calles de asfalto que puedo recorrer, y comienza la tierra. Otra vez polvo. Otra vez pozos. 
Pedaleo, pienso, observo. 
Pasa un vehículo, me envuelve en una nube de tierra, los ojos lloran, respiro tierra y la garganta se seca, queda rasposa.
Mientras las ruedas escupen piedras, la bicicleta sigue avanzando al compás de los pájaros. 

Las vacas haraganas, me clavan la mirada. Esa mirada que de noche, se convierte en luciérnagas estáticas.
El sol me persigue, marcando el camino, pero los árboles atrevidos se meten delante de él, plasmando su silueta granulada entre la tierra, haciendo el camino menos caluroso.
Una suave brisa acaricia mi cara, pero el viento en complot con los oídos penetran y taladran la cabeza.
Las piernas siguen, no se cansan, quieren llegar. Las ruedas giran, a una velocidad constante. 
Avanzando sigue el pedaleo y comienza el dilema; las piernas fatigadas me piden que frene, el corazón quiere seguir a toda costa, y la cabeza, la cabeza se encarga de mediar.

A veces el frenar es batallante, pero enseguida el deseo de llegar gana.


Pasando el puente Santa Rosa, un camino hacia la derecha está el álamo Carolina.
Por temor a no llegar bien, entré en el campo “Los pumas”, donde me recibió muy bien Don Cirigliano, quien me hizo conocer el lugar donde Haroldo se quedaba cuando venía a Chacabuco y la famosa cocina Carelli donde calentaba la pava para el mate. 


"Él era primo de mi papá un día Pancho le dijo, tengo un nieto que está con problemas, porque no te lo llevas al campo, y bueno era Haroldo Conti. 
Yo le hablo de la década del 70, todas las personas de las que yo le hablo están muertas. Él estaba 6 días acá, se iba a Buenos Aires unos días y volvía. Sabía venir en el tren cuando corría. 
A Haroldo le gustaba mucho este lugar, el decía que acá tenía mucha tranquilidad, caminaba, se iba, volvía, escribía y borraba. Debajo del mantel vas a encontrar la mesa quemada por los cigarrillos de Haroldo. Él se llevaba muy bien con mi madre, aunque a veces tenían diferencias políticas, nunca discutían siempre conversaban. 
Pero eran muy compinches, charlaban mucho allá debajo de las plantas.
A él le gustaban mucho las cañadas. Era muy agradable, muy conversador, íbamos a Warnes que había varios bares. Y a él le gustaba mucho recopilar datos. 
A la tardecita él se sentaba ahí y escuchaba el tronar de los pájaros. 

La verdad no se porque se inspiró en el álamo Carolina, el caminaba mucho con mi viejo. Si usted se para debajo del árbol y está en silencio parece que las hojas hablaran. Mi vieja tenía todo guardado, cartas, libros escritos sin terminar, borradores. 
Y le escribió un cuento a ella “Mi madre andaba en la luz”. 
Luego yo me fui a trabajar a una estancia lejos y ahí me escribió mi madre cuando lo secuestraron y no supimos más nada. Pobre vieja la pasó muy mal. "
Fueron las palabras de Don Cirigliano. 


Con las fotos en mi cámara y las palabras bien guardadas habiendo colmado mis expectativas, envuelta en mariposas blancas, seguí viaje y finalmente llegué a Bragado.













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