martes, 3 de mayo de 2016

Amores cohibidos

Vibraba suave el aroma áspero de la habitación.    
Los dos acostados, cada cual en su cama y ambas miradas clavadas en el techo.
Mis ojos abiertos, deambulando por el cuarto entre pensamientos. El ambiente invadido por un avasallante silencio, sólo el susurro de nuestras respiraciones marcaba la existencia.
Y no nos animábamos.
Centellas de luz se asomaron por la ventana, siguiendo las grietas del suelo, reflejo de la luna que cuelga del universo.
Mis ojos seguían las fisuras de la madera del techo y los pensamientos intactos.
El insomnio levantó con cautela mi mano derecha, que doblada la ubico detrás de mi cabeza.
Estábamos ahí, el aire cada vez más frío y ninguno se animaba.
Mi cabeza me interrogaba, varias dudas volaron de mis pensamientos, ¿Qué es lo que está pasando? o acaso no pasa nada?
Sus suaves movimientos hicieron crujir la cama. La esperanza de que aún esté despierto plagó mi cabeza.
Pero su respiración era cada vez más fuerte.
El deseo de pasarme de cama no me dejaba dormir. Sólo quería por un instante que nuestras siluetas dormidas dancen, hasta brillar de placer.
Mi cuerpo aumentaba su temperatura, y cuando chocaba con el frío de la atmósfera, las gotas de dolor acariciaban mi piel desnuda, deslizándose.
Mis ojos desvelados daban vueltas por toda la habitación, empapados en rocío.
Seguíamos sin animarnos.
Las respiraciones en conjunto cantaban al compás del deseo, llegando a la melodía del sueño.
Una melodía que se fue apagando, hasta que no sonó más.
Y así nos hundimos en la soledad. Esa noche. Mi cuerpo transpirado. La habitación fría. La música se apagó.

Y no me animé.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario